Nos citamos, quedamos de vernos por primera vez al yo salir del
trabajo. Estaba nerviosa como si fuese la primera vez que vería a un hombre en
mi vida. Estaba ansiosa pero feliz, ya habíamos tenido contacto por mensajes de
textos y nos habíamos visto a través de cámara por las redes.
Era como si ya nos conocíamos y simplemente íbamos a confirmarlo.
Cuando lo vi, mi corazón comenzó a latir como si fuesen caballos galopando en
un hipódromo y mi garganta se secaba como un río que iba perdiendo sus aguas, sin
emitir una palabra, me acerqué a él y le di un “hola” justo en su boca,
sellando así nuestro primer encuentro.
Nos retiramos y nos reímos pues los dos pensábamos iguales. Era
como una conexión, una química única y exquisita. Sus ojos tenían un lenguaje
que me parecía ya muy familiar.
Nos abrazamos entonces dentro del vehículo y sin emitir una sola
palabra nos quedamos abrazados en un gran abrazo de oso.
Él tenía la cara más tonta de felicidad que pude haber visto en mi
vida y creo que por igual, él también la veía en mí.
Empezamos a hablar tantos temas sin parar y nada nos aburría. No
existía la pausa entre nosotros y solo conversamos y reímos. Hacíamos bromas
uno con el otro como si ya estuviéramos acostumbrados a hacerlo.
Esa pequeña costumbre, sin serlo, me hizo ser la mujer más feliz
del mundo… sentí que había encontrado al hombre de mi vida, al hombre de mis
sueños.
Nos amamos desde ese entonces sin pausas ni tantas prisas.
Descubrí que encontré al hombre perfecto para mí en todo el sentido de la
palabra.
Jean, se llamaba mi amor de novela. Era un hombre alto, fuerte, de
pelo rizado y peinado hacía atrás con un buen corte siempre. Tenía la boca más
sensual para mí, en mi mundo. Una mirada profunda la cual les aseguro podría
desnudar a cualquier mujer.
Pero había una situación, Jean era un hombre casado y con dos
hijos. Esta situación la sabíamos ambos y la respetamos como tal y nunca
tocábamos el tema, hasta que los días, las semanas y los meses empezaron a
cuestionarnos.
Comenzamos las peleas pues ambos nos habíamos enamorado y nos
exigimos ambos ese amor a nuestro estilo. Yo le exigía tiempo y él me exigía
que estuviera de mi casa al trabajo; por sus celos de que me encontrara a ese
alguien a lo mejor soltero y que esa persona imaginada estuviera solo para mí.
Mientras tanto yo, estaba tan celosa de su esposa que sí vivía con
él y se quedaba en una cama con él y bajo un mismo techo con sus hijos. Aunque
ella no fuera feliz con él pues, sabía perfectamente que su corazón me
pertenece.
Al cabo de un tiempo, la esposa de Jean enfermó y murió. Tenía
cáncer. Quedó solo y fue la única manera en la que Jean pudo dejar su hogar y
vivir conmigo. Eso realmente me dolía y tenía carcomido mi corazón por unos
cuantos años; pensaba que si Paula “así se llamaba ella” no hubiera muerto, aun
yo estaría llorando porque su amor fuera completo para mí.
Esas dudas se fueron al pasar los años y al yo brindarle a sus
hijos el amor que le hacía falta de su madre y a la vez, al darle una niña
hermosa llamada Jeana, la cual, concebimos con tanto amor y de la misma forma
llegó a nuestro hogar para complementar y consagrar nuestra hermosa historia de
amor. Hasta el sol de hoy vivimos nuestro amor como si fuese nuestro primer
encuentro.
Facilitadora Jenny Mago
Asignatura: Español-UAPA
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